18 de septiembre de 2009

TarDe GriS


Hace un tiempo hubieras proclamado un hurra por alguien como él, hubieras sucumbido a sus encantos con el único fin de conseguir lo mismo, de acercarte y palpar lo deseado e inalcanzable, hubieras recorrido cada palmo de su cuerpo por sentirte más cerca del aire que exhala.

Pero ya no te apetece, porque tras esa nube de humo solo existen miserias, una triste misericordia con la que os avasalla todos los días, una carencia factible que se vislumbra entre ese tumulto del que os rodeaís. 13 aspirinas y algo de Timbaland, ni hablar del éxtasis de anoche ni de todas esas copas que se rellenan con amor a base de ginebra del bueno, ya no te da la puta gana.
Gritas o más bien ruges contra todo desde esa condenada soledad, y ya nadie somos capaces de oírte porque tú voz suena tan desgarrada que no alcanzamos a escucharla. Te duelen los oídos y un poquito más el alma, sin tan siquiera recordar que aún te quedan unas tristes alas con las que poder escapar y es que ya no eres capaz de ver nada. Sumergirte en el infinito y recorrer un oceano elegido, ese es tu destino miserable, al que estás condenado y del que te va a resultar muy dificil salir, porque ya no huyes, vives atrapado, enganchado, condenado a una autodestrucción que huele ya muy cerca.

5 de septiembre de 2009


Cualquiera que la hubira visto frente al espejo, extasiada en sus propios ademanes románticos habría podido pensar que estaba loca. Pero no lo estaba, simplemente había convertido los álbumes de fotos en una máquina de recordar. La primera vez que los vió no pudo evitar que se le formara un nudo en el corazón y que los ojos se le llenaran de lágrimas, porque en aquel instante volvío a percibir el olor a verano en las noches de Sitges y aquel marinero que fue a buscarla a su casa para hacerle reina… y el alma se le cristalizó con la nostalgia de los sueños perdidos. Se sintió tan vieja, tan acabada, tan distante de las mejores horas de su vida, que inclusive añoró las que recordaba como las peores, y solo entonces descubrió cuanta falta hacían las ráfagas de brisa fresca en el comedor, y el olor a tostas fritas que preparaba María, y hasta la naturalidad bestial de los rosales al atardecer. Su corazón de ceniza apelmazada, que había resistido sin quebrantos a los golpes más certeros de la realidad cotidiana, se desmoronó a los primeros embates de la notalgia. La necesidad de sentirse triste se le iba convirtiendo en un vicio a medida que le devastaban los años llegando a humanizarse en una soledad que solo se había forjado ella.